jueves, 24 de marzo de 2011

¿Cómo funciona Twitter? Explicado por una Experta

Vivir en Tampico: “¿Puedo contar mi primera balacera?”

Hugo Vargas PROCESO


Los grupos criminales tienen en jaque a Tampico. La inseguridad, las batallas callejeras, los robos, los secuestros y los levantones han hecho que la economía se desplome, que la gente busque otros horizontes, que los especialistas huyan y que los porteños vivan desquiciados por el miedo. Una niña de 10 años sobrevive a un tiroteo, un joven vive para contarla después de un levantón, un periodista explica por qué hay que callar... son instantáneas del colapso tampiqueño.



TAMPICO, TAMPS, 23 de marzo (Proceso).- Ante la cercanía de la Semana Santa, cuando la playa de Miramar se convierte en una cantina de cinco kilómetros y hay plena ocupación hotelera y derrama económica, las autoridades intentan adecentar el lugar. El ayuntamiento porteño prohíbe los vidrios polarizados y anuncia, con ese verbo en boga, que la Policía Federal “blindará” las fiestas de abril.

La alcaldía de Altamira decidió cerrar a las siete de la noche Playa Tesoro, un destino que ha intentado promover y donde espera recibir 70 mil visitantes.

Pero la crisis en el estado no amaina. A principios de este mes, las secretarías de la Defensa y de Marina tomaron el control de la vigilancia de los 19 puertos más importantes del país, incluidos Tampico y Altamira, mientras en Tamaulipas sigue la guerra entre los cárteles, con tiroteos y el estallido de un coche-bomba en las instalaciones de la Policía Estatal en Ciudad Victoria, que dejó dos heridos.

Tampico llegó a las primeras planas de los diarios del país en abril de 2010, cuando la vida literalmente se detuvo: cerraron los comercios, las calles estaban vacías y el transporte público, sin pasajeros. El cártel del Golfo publicó un desplegado en la prensa avisando del toque de queda:

“Este fin de semana respeten el toque de queda... No salgan. Tenemos orden de defender la plaza de todos los enemigos, nosotros no tenemos la culpa de donde se suciten (sic) las balaceras, somos parte de Tamaulipas. No se asusten, nada les va a pasar, todo es en contra de los zetas no contra la ciudadania (sic). En serio, no tengan miedo, solo (sic) respeten el toque de queda de este fin de semana y nadie saldrá herido, sigan su vida normal, los marinos no vienen por el cartel (sic), solo (sic) a correr a los zetas.”

En mayo del año pasado Tamaulipas ocuparía un lugar destacado en la información nacional con el asesinato del candidato panista a la alcaldía de Valle Hermoso, Mario Guajardo Varela; y en junio, con el de Rodolfo Torre Cantú, candidato priista a la gubernatura.

Ese mismo mes, Humberto Valdez Richard, secretario de Desarrollo Social, informaba que la pobreza había crecido en Altamira, Matamoros, Laredo y Reynosa. Y el 28 de julio, Luis Apperti, presidente de la Asociación de Industriales del Sur de Tamaulipas, advertía que las empresas alemanas, estadunidenses, italianas, coreanas e indias instaladas en Altamira analizaban “la posibilidad de cerrar por el clima de inseguridad”.

Óscar Pérez Inguanzo, alcalde saliente de Tampico, calculaba en 30% la pérdida de inversiones por la inseguridad y decía que hoteles, restaurantes e infraestructura turística habían sido los rubros más afectados.

La alcaldesa entrante, Magdalena Peraza Guerra, aceptaría que su administración nacía en “un periodo de crisis” y que era “un momento difícil para gobernar Tampico”. Tan difícil, que tres integrantes del cabildo (dos panistas y un priista) no asumieron sus puestos, pues abandonaron la entidad.



Afuera de la escuela



Es la hora de salida de las escuelas un día de octubre del año pasado. Laura, de 10 años, sube al vehículo que la llevará a su casa. Va con otros compañeros cuyas madres se turnan para recogerlos. Pasan 10 minutos de trayecto cuando se escuchan las detonaciones y las ráfagas. La señora al volante reacciona bien y ordena a los niños tirarse al fondo del auto. Laura obedece llena de pánico.

Las detonaciones siguen durante minutos que parecen interminables. Luego todo cesa. Al llegar a casa, con su familia sentada a la mesa, Laura dice a punto de soltar el llanto: “¿Puedo contar mi primera balacera?”.

“La maña”, “aquellos”, se dice aquí para referirse a las bandas que han puesto en jaque al puerto. Pero en voz baja, con el temor de que alguien pueda escuchar. Muchos tampiqueños parecen saber quiénes son los maleantes, pero a ninguno le pasa por la cabeza acudir a las autoridades.

Al parecer hay consenso en que la situación tamaulipeca empeoró con la división entre el cártel del Golfo y Los Zetas. Para muchos la escalada de violencia se inició en el último año de gobierno de Tomás Yarrington.

“Los Zetas se habían tardado en independizarse”, dice un periodista tampiqueño. “Al final se dieron cuenta de que eran un poder real en el cártel: manejaban el aparato armado, controlaban muchas de las rutas de trasiego de droga y Osiel había cometido el error de ponerlos al frente de algunas plazas”.

También pareciera mayoritaria la opinión según la cual el cártel del Golfo se dedica al narcotráfico mientras Los Zetas han ampliado la gama de negocios e incluyen el secuestro, la extorsión, la piratería... Aunque hay quienes piensan que el cártel también se dedica a los secuestros.

Como sea, todos esos giros delictivos han sido tan eficaces que, según datos del gobierno estatal, entre julio y septiembre de 2010 habían cerrado más de 3 mil negocios y al menos 200 empresarios habían salido de Tamaulipas.

Ante un aparente debilitamiento y fieles a su origen paramilitar, Los Zetas han recurrido a la leva en rancherías del estado. De todas formas habría un ejército de reserva considerable: según el Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior, en Tamaulipas hay 150 mil ninis.

La batalla entre grupos del narco se libra en todo el estado. En el sur por los puertos de Tampico y Altamira, y en el norte por las ciudades fronterizas, principalmente Nuevo Laredo, donde pasa 28% del comercio del Tratado de Libre Comercio: miles y miles de contenedores y tráileres diarios.

Pero lo que atemoriza a los tamaulipecos es que el enfrentamiento podría escalar, pues se habla de una ofensiva conjunta de la Marina, el Ejército, la Policía Federal e incluso el cártel del Golfo contra Los Zetas en todo el estado. Y Tampico sería un escenario privilegiado.

La vida ha cambiado para los porteños. Para la gente madura, por la preocupación por sus hijos; para los jóvenes, por el deterioro de la vida social; en ambos casos por el miedo a la muerte. El celular es un artículo de primera necesidad. Es el medio más rápido para avisar de alguna “fiesta”, como dicen aquí para referirse a los tiroteos.

Para los jóvenes la situación es de drama: cierre de antros, desaparición de espacios enteros –de las decenas de restaurantes, bares y cafés que había en la playa no queda ni uno, y andar por ahí en la noche es jugarse la vida–, inseguridad, temor y rigor de los padres con los horarios. “Mi hija y sus amigos se desesperan”, afirma un ama de casa. “Dicen que están perdiendo los mejores años de su vida”.

Para otros segmentos de la sociedad la cosa no es mejor. En el centro de la ciudad sobreviven algunos bares, con clientes de recursos medios y bajos. Son contados los lugares abiertos después de medianoche y algunos de ellos, dicen aquí, son propiedad de narcos. Los tables desaparecieron: las chicas se fueron en busca de mejores condiciones y las pocas que se quedaron atienden por teléfono.

La crisis es palpable en todos los ámbitos. La Secretaría de Salud y el IMSS aceptan que 102 médicos especialistas se fueron del estado. La cámara restaurantera informa que en Tampico cerca de 200 establecimientos cancelaron sus horarios nocturnos, con un descenso en las ventas de 40%.

Viajar por carretera, incluso en tramos cortos, puede costar la vida o el patrimonio. “La manera menos insegura de viajar es por autobús y de preferencia de día”, afirma una trabajadora social del IMSS que hace una rutina semanal entre Tampico y Ciudad Victoria. Da instrucciones para conducir por la ciudad: “No toques el claxon, no rebases. Los tampiqueños ahora somos muy educados al manejar”, dice con sorna.

Una de las primeras víctimas de una guerra es la verdad. Luego de los atentados contra algunos diarios en la frontera y de la reciente muerte de Carlos Alberto Guajardo, reportero del Expresso de Matamoros, en el fuego cruzado, los periódicos optan por no abordar el tema.

“Llegan hasta las redacciones de los diarios y ordenan qué debe publicarse. Y como sabemos que no hay que jugarle al héroe, pues obedecemos. ¿Qué otra nos queda? Son dueños de nuestras vidas”, asegura un periodista.



“No es él”



Una madrugada del mes pasado, Roberto despierta sobresaltado por los golpes en la puerta y el barullo en la casa. No alcanza a incorporarse cuando dos sujetos ya lo encañonan y a golpes e insultos lo sacan de su casa. Mientras lo suben a la camioneta piensa en su mujer y en su hijo de tres años. Sólo recuerda la hora, las 2:43, en el despertador eléctrico.

Es llevado a una casa de seguridad donde tienen a un sujeto atado de pies y manos. Lo plantan frente a él y le dicen: “A ver cabrón, ¿es este güey?”. El hombre atado, que ha sido golpeado con saña, fija su mirada en Roberto. Pasan unos instantes de silencio absoluto. Al fin dice: “No, no es él”. Alguien más se adelanta: “Es el tercer cabrón que te traemos. Te estás pasando…”. Y le dispara en la cabeza.

Roberto es devuelto a su casa. Lo confundieron con un contador de Los Zetas. Él y su familia están en terapia y buscan una oportunidad para salir del puerto.

Los saldos de 2010 son devastadores para la entidad. Crisis económica, desaparición del Estado, violencia, inseguridad y temor.

Tamaulipas está en una situación precaria, que pone en peligro su posición en la economía nacional. Según el Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco), se ubica en el octavo lugar en la materia y tiene un ingreso per cápita de 93 mil 740 pesos.

Según ese organismo, sus fortalezas son una fuerte economía, la mayor densidad de tierras por trabajador, el segundo estado con menor riesgo de deuda y el tercero con mejor índice de apertura y efectividad recaudatoria. Su debilidad es una y muy fuerte: es la tercera entidad con mayor incidencia delictiva: 19 mil 677 delitos por cada 100 mil habitantes.

Cerca de 35 mil pequeñas y medianas empresas de nueve municipios tuvieron pérdidas por 3 mil millones de pesos a consecuencia de la inseguridad que ha deprimido el consumo y provocado un éxodo masivo. De acuerdo con el Inegi, las ventas de esos negocios se han desplomado 40%, lo que afectaría a las 22 mil personas empleadas en ellas.

Según los censos agropecuarios, en Tamaulipas hay 13 mil ranchos de los que, según el periódico Reforma, han sido abandonados unos 3 mil 500.

La Secretaría de Seguridad Pública y la procuraduría estatal aceptan un aumento de 20% en los robos y la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS) asegura que el robo de autos en Tamaulipas aumentó 102%.

Otros dos balances son contundentes: la Secretaría de Turismo federal dice que la inversión en ese renglón disminuyó 77% en el estado, y José María Leal, rector de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, afirmaba a finales de 2010 que 2 mil 350 estudiantes extranjeros, en su mayoría de Estados Unidos y Canadá, han vuelto a sus países huyendo de la inseguridad.

De acuerdo con Gonzalo Baldit Araujo, subdirector municipal de Desarrollo Económico, el desempleo es de 6.7% en Tampico, por arriba de la media nacional, que es de 5.8%.



Atención psicológica



Todos estos meses de violencia y caos han tenido efecto sobre la salud mental de los tamaulipecos. Según Silvano Martínez Cano, jefe del Departamento de Salud Mental del estado, la inseguridad ha “desquiciado” a los tamaulipecos llenándolos de miedo, estrés y depresión.

La Secretaría de Salud estatal ha puesto a disposición del público el servicio de 160 psicólogos que atenderán casos de emergencia. “Aquí no nos hemos enterado de tal medida”, dice una funcionaria del hospital psiquiátrico de Tampico.

Los tamaulipecos parecen no engañarse con el futuro inmediato. Aunque el relevo de Egidio Torres Cantú –hermano del candidato asesinado– ocurrió sin contratiempos, es visto por la mayoría con los atributos apenas necesarios para enfrentar la crisis. Algunos lo señalan como uno de los grandes beneficiarios del régimen de Eugenio Hernández Torres. Circula con al menos 140 escoltas.

El sondeo del grupo Expresso-La Razón, Evaluación social y gubernamental es revelador: la mayoría (54%) cree que el nuevo será un gobierno mediocre; 21%, que será incapaz, y 24%, que será bueno. Respecto de la capacidad del gobernador, un poco más de la mitad ve aptitudes regulares en Egidio Torres, 20% no le ve ninguna y 25.5% cree que sí es capaz de enfrentar la situación.

A la pregunta de si veían una solución a la violencia y la inseguridad, 67% cree que el problema se resolverá, pero que falta mucho tiempo; 12.5%, que se resolverá pronto, y 20%, que no se resolverá jamás.

La vida es tenaz. “Procuro seguir con mis cosas: salgo con los amigos, voy al cine, corro en la playa”, dice un deportista porteño. “No quiero decir que no esté temeroso. Tomo mis precauciones”.

Es sábado y la playa está concurrida. En algún lugar cerca del hotel Maeva algunos trabajadores empiezan a descargar sillas y mesas. Las ordenan con pausa y al cabo de un rato han instalado una veintena, con manteles azules y blancos, ondeando al viento, con juegos de copas y vasos. Al atardecer llegan los invitados y los novios.

Luego de la ceremonia civil, después de que la juez los declara marido y mujer, los recién casados van al mar, se mojan los pies y conversan. Vuelven sonrientes hacia la gente. La fiesta, que en otras condiciones hubiese seguido con una lunada, acaba antes del anochecer.